Presentación


España tiene en común con Inglaterra el hecho de que, en sus respectivas lenguas, se han escrito algunas de las obras literarias más sobresalientes de toda la historia de la humanidad. Esa comunidad resulta más profunda, si se tiene en cuenta que Cervantes y Shakespeare fueron casi hermanos gemelos, pues coincidieron incluso en el día y en el año de su muerte (por lo menos en lo que se ha transmitido y sin entrar en la diferencia de los calendarios). La analogía puede llevarse hasta la razonable duda sobre la autoría de las obras que se publicaron con sus nombres. La diferencia entre ambos casos es que los ingleses han aceptado la problemática con bastante naturalidad (piénsese, por ejemplo, en la reciente película Anonymous), mientras que en España está mal visto incluso plantearla. Pero el máximo cervantista de todos los tiempos, Américo Castro, escribió: «Mucho más nos habría valido que, como en el caso de Shakespeare, se discutiera si realmente Cervantes fue el autor de esas obras admirables». Es lo que se propone en este trabajo, bajo su inspiración, pues con un apoyo de tal categoría las críticas que se le puedan hacer serán algo más comprensivas y benévolas. Y es que en uno y en otro autor hay suficientes razones para la duda, pero muchas veces se opta por dejar las cosas como están.

El presente trabajo tiene dos vertientes claramente diferenciadas. La primera va dirigida a demostrar que es imposible (así de claro y de rotundo) que Miguel de Cervantes escribiera el Quijote. Quizá no será difícil convencer a todos de que eso es así. La segunda tiene como objetivo demostrar que esta magna obra fue escrita por el humanista valenciano Luis Vives.
En esta seguramente habrá mayor resistencia y oposición, cuando no debía ser así, porque quien sale ganando es el Quijote. En efecto, pasará de tener un padre lego (de escasos conocimientos) a tener como padre a la mayor lumbrera de España y una de las más grandes de la humanidad.

Empecemos para ello por situar el Quijote en la historia de la literatura, y para ello nos serviremos de algunos juicios de relevantes especialistas. Por ejemplo, don Marcelino Menéndez Pelayo escribió: «de tal suerte que, en opinión de muchos, constituye el Quijote una nueva categoría estética, original y distinta de cuantas fábulas ha creado el ingenio humano; un nueva casta de poesía narrativa no vista antes ni después, tan humana, trascendental y eterna como las grandes epopeyas, y al mismo tiempo doméstica, familiar, accesible a todos, como último y refinado jugo de la sabiduría popular y de la experiencia de la vida». Por su parte, el máximo conocedor de la lengua del Quijote, Ángel Rosenblat afirma: «¿Qué hay en la lengua de Cervantes para que el consenso universal la considere la realización más acabada y ejemplar de nuestra lengua, hasta el punto de haberse convertido en su designación por antonomasia? El secreto está sin duda en el Quijote, una de las cuatro o cinco obras más extraordinarias de la literatura del mundo». Para otro insigne cervantista, Kurt Reichenberger, es la mejor: «La mejor novela de la literatura universal comienza con aclaraciones del autor».

Otra forma de aproximarse a la grandeza del Quijote es pensar en el elevado número de mentes privilegiadas que han reflexionado sobre ella, entre las que sobresalen los más grandes filósofos, críticos literarios e intelectuales en general. En ese número hay que contar a Unamuno, Maeztu, Ganivet, Azorín, A. Machado, Cernuda, Rubén Darío, Menéndez Pelayo, Pardo Bazán, Juan Valera, Ramón y Cajal, Francisco Ayala, Azaña, Bergamín, Américo Castro, García Lorca, Madariaga, Ortega y Gasset, Julián Marías, Menéndez Pidal, Rodríguez Marín, Luis Rosales, Pedro Salinas, entre los españoles. Y a Schlegel, W. H. Auden, Walter Benjamin, Henry Bergson, Borges, Camus, Chesterton, Dostoievsky, Freud, Foucault, Heine, Victor Hugo, Irving, Kafka, Thomas Mann, Lukacs, Nabokov, Turgueniev, Vargas Llosa, entre otros muchos extranjeros. ¡Qué cantidad de materia gris ha reflexionado sobre el Quijote! ¡Cuántos estudios universitarios sobre la obra de uno que no pisó la universidad! ¿Es eso posible? Creo que lo sería sobre una obra de pura ficción, salida de una imaginación extraordinariamente creadora.

Pero ese no es el caso del Quijote, en el que la erudición tiene tanta parte como la imaginación. En este sentido, hay que poner de relieve que el Quijote, aparte de los valores estrictamente literarios, es la obra que encierra más variada y profunda sabiduría en la historia literaria universal. En ella está la sabiduría de la Biblia, la de los Padres de la Iglesia (especialmente de san Agustín), la de Grecia, la de Roma, la medieval y, por último, la renacentista. Para reunir toda esa sabiduría se necesitaba una inteligencia poderosa, mucho estudio, dominio de muchas lenguas (hebreo, griego, latín) y una cierta tranquilidad de vida. Solo así se podía llegar a ser el hombre más sabio del mundo. Todos los estudiosos saben perfectamente que esas condiciones no se dan en absoluto en el caso de Cervantes. Menéndez Pelayo lo formuló con claridad: «No había tenido tiempo ni afición para formarse otras [ideas]». Ahora bien, como se da por supuesto que el autor del Quijote tiene que ser el que aparece en el libro, se ha tenido que encontrar alguna justificación-explicación a la grave incongruencia. Y ¿cuál ha sido en general? Pues sencillamente que Cervantes tuvo una inteligencia asombrosa, maravillosa, superdotada. Pero esta explicación no resuelve de ninguna forma el problema, porque una inteligencia privilegiada por la naturaleza necesita actualizarse por medio de la formación para llegar a la plenitud de su desarrollo. De hecho, muchos superdotados no llegan a desarrollar sus posibilidades. Una cosa es la inteligencia y otra la sabiduría, y el Quijote, como hemos dicho, está lleno de sabiduría, que se tiene que adquirir por medio del constante y prolongado estudio. La profunda y variada sabiduría encerrada en el Q solo puede ser explicada por una vida dedicada al estudio, aparte de contar con una inteligencia muy bien dotada. Tal vez alguien diga que esta sabiduría podía proceder de florilegios y polianteas. Ahora bien, quien se sirve de tales instrumentos lo que produce es un centón sin ningún valor literario. En este aspecto hay una profunda diferencia entre los autores medievales y los renacentistas. Los primeros utilizaron en gran medida los florilegios de sentencias, y el resultado fue el encadenamiento de frases y pensamientos clásicos, bíblicos y patrísticos con escasa creatividad. Por el contrario, los autores renacentistas habían leído las obras en su totalidad, y las habían asimilado y memorizado, de tal manera que pasaron a formar parte de su mundo intelectual, convirtiéndose así en germen de nuevas creaciones originales.
Como ejemplos de esta forma de proceder podemos poner a Erasmo y a Vives. En el caso que nos ocupa, el Quijote, se percibe claramente que el autor no consulta las polianteas para sus citas, sino que escribe de corrido tal como le vienen a la memoria y sin preocuparse de citar con exactitud. Y eso es porque el mundo clásico y bíblico están interiorizados en su espíritu, formando parte de su universo mental.

Pondremos otro ejemplo de incongruencia en la admisión de la autoría de Cervantes. Márquez Villanueva afirma que todos debemos contribuir en la medida de nuestras fuerzas al estudio del Quijote. En este sentido, el estudio de los cultismos y latinismos semánticos del Quijote pone de manifiesto que su autor era un gran latinista y que estaba acostumbrado a escribir en latín. La razón es que se detecta que el autor del Quijote conocía todos los significados de las palabras latinas, y no solo los vulgarizados. 

Los latinistas saben muy bien que es muy difícil conocer todos los autores griegos y latinos en los distintos y riquísimos aspectos de sus tratamientos: filosofía, historia, teoría literaria, retórica, mitología, ciencias, etc. La mayoría de los latinistas reconocen que no tienen todos los conocimientos del mundo clásico reflejados en el Quijote. ¿Qué significa esto? Han pasado toda su vida dedicados al estudio del latín y de los autores clásicos, y no tienen los conocimientos de una persona que apenas saludó el latín y que llevó una vida ajetreada entre guerras, prisiones y recaudación de impuestos. Si aceptamos las leyes de la lógica, eso no cuadra.

En la actualidad, es posible que una persona, bien dotada intelectualmente y con suficientes recursos económicos para no tener que trabajar, se dedicase a leer las traducciones de los clásicos de Gredos, por ejemplo, y que llegase a un dominio importante de sus contenidos. Si esa persona tuviese además grandes capacidades literarias, podría llegar a escribir el Quijote. Ahora bien, en el siglo XVI solo estaban traducidos los autores más importantes, por lo que era preciso saber latín y griego, especialmente para leer los autores medievales y renacentistas, de los que no había traducción. Y el latín de los humanistas no era más fácil que el de los clásicos. A esa determinante dificultad, hay que añadir que Cervantes no dispuso de recursos económicos ni de una vida tranquila, necesaria para el estudio y la escritura. Insistiendo en esta argumentación, proceden bien aquí los resultados de las investigaciones de Theodore S. Beardsley Jr., el mejor conocedor de la historia de las traducciones de los clásicos en España. En su excelente libro Hispano-classical translations printed between 1482 and 1699 resalta la ausencia de traducciones de importantes autores griegos y latinos: «Con la excepción de extractos del Timeo incluidos con otros de Aristóteles y Plinio, el corpus entero de las obras de Platón permaneció sin imprimir en traducción española; ni una sola obra aislada de los siguientes autores griegos fue publicada en español: Esquilo, Apolonio de Rodas, Aristófanes, Demóstenes, Heródoto, Longo, Safo, Teócrito está representado solamente por el Idilio VI, Sófocles solamente por la versión de Electra por Pérez de Oliva, Eurípides por la Hécuba de Pérez de Guzmán y las versiones perdidas de Pedro Simón Abril y de Boscán. No hay una traducción considerable de Pindaro; y, a pesar de la popularidad de Apuleyo, Lucio o el asno, atribuido a Luciano, no fue publicado [...] La lista de distinguidos autores latinos que permanecieron sin publicar es menos amplia: Lucrecio, Petronio y Propercio. Lagunas dentro del corpus de obras de varios autores individuales son algo más importantes. Plauto está representado solo por tres de sus veintiuna comedias conservadas, aunque Amphitruo era asequible en cuatro versiones diferentes y Menaechmi en dos. Aunque Cicerón está bien representado en traducciones, faltan sus tratados de Retórica y un amplio número de sus Discursos. Las Naturales quaestiones y todas las tragedias de Séneca menos una permanecieron sin publicar en traducción, al igual que los Amores y Ars amatoria de Ovidio. Solamente fueron traducidas algunas de las veintitrés vidas de Cornelio Nepote, a pesar de la popularidad de las Vidas de Plutarco, y no fueron impresas traducciones considerables de Catulo o Tibulo». En su resumen estadístico Beardsley se refiere solamente a los autores principales, los menos importantes quedaron prácticamente sin traducir, y lo mismo puede decirse de los autores cristianos, por lo que, cuando se afirma tranquilamente que Cervantes conoció a los clásicos a través de las traducciones, no se tienen en cuenta esos datos. También las polianteas estaban escritas en latín y no fueron traducidas.

Si Beardsley es el mejor especialista en las traducciones de los clásicos al español, Arturo Marasso es el mejor conocedor de la presencia de los clásicos en el Quijote. He aquí algunas citas significativas: «Cervantes se esforzó por emparentarse, voluntariamente, con la continuada familia de Homero, de Platón y de Virgilio»; «Cervantes corrige a los traductores, teniendo presente el texto latino»; «Puede asegurarse que en su conocimiento de la traducción y de los textos de Virgilio, de las tragedias de Séneca, quizás de Estacio, fue guiado por seguros comentadores»; «Está acostumbrado a penetrar en los textos, a rectificar las traducciones, juega deliciosamente con los pasajes inelegantes de las versiones latinas, cuando los pone en boca de Altisidora, por ejemplo». O sea, que Cervantes corrige a los traductores de los clásicos. ¡Qué atrevimiento! Corregir los textos clásicos y sus traducciones fue tarea de los humanistas en el Renacimiento y de los filólogos en la actualidad, pero nunca hicieron eso los soldados ni los recaudadores de impuestos. Los que lo admiten están exigiendo peras al olmo. Y más todavía: atreverse a tomar parte en la polémica del siglo XVI entre aristotélicos y antiaristotélicos a propósito de la Poética del estagirita supone unos conocimientos propios de los mejores humanistas. A este propósito afirma E. C. Riley: «Así, coexisten en la obra opiniones aristotélicas y antiaristotélicas, por ejemplo».

Se podrá objetar que el Quijote es una obra del siglo XVII y que refleja la cultura del barroco. Puede decirse a lo primero que, efectivamente, fue publicada en los inicios del XVII, lo que no quiere decir, en absoluto, que fuera compuesta en torno a aquellos años, y no sería ni el primer ejemplo ni el último en esa discordancia. En cuanto a que responda a la cultura del barroco, lo primero que había que hacer es ponerse de acuerdo en ese concepto. Esto ya lo dijo y con gran maestría A. Rosenblat: «Ese pensamiento literario, y más que él su obra misma, ¿se encuadrarán dentro de lo que se ha llamado el barroco? Autores diversos —desde Hatzfeld y Casalduero— así lo sostienen. Otros, menos categóricos, lo presentan como una conjunción o transición entre Renacimiento y Barroco. Américo Castro, que había puesto en claro sus antecedentes platónicos y erasmistas, y su relación con León Hebreo, lo colocaba en una categórica posición renacentista (El pensamiento de Cervantes) [...] Todo depende de lo que se llame barroco, término que se ha llenado en el último tiempo de contenidos muy amplios y diversos [...] Si se hace entrar en el barroco a Cervantes, Lope de Vega, Mateo Alemán, Góngora, Quevedo, Gracián y Calderón (Casalduero incluye en una primera generación barroca a Herrera, san Juan de la Cruz, santa Teresa y fray Luis de León), y si se agrega además, para completar el panorama europeo, a Torquato Tasso, Shakespeare, Milton, Corneille, Racine, Bossuet, Espinoza, Rubens, Rembrandt, parece difícil que esa designación explique o esclarezca un solo rasgo del estilo de Cervantes. Es posible que alguno de esos rasgos coincidan con lo que se llama barroco. Pero pareciera que con encasillar a Cervantes dentro del barroco se iluminara toda su obra, cuando falta por aclarar bien qué se entiende por barroco».

Uno de los máximos representantes del barroquismo fue Paul Descouzis en su Cervantes a nueva luz. I: El «Quijote» y el Concilio de Trento (1966). No es necesario hacer aquí la refutación de sus argumentos, pues ya lo hizo magistralmente A. Rosenblat: «Su tesis de que el Quijote expresa preocupaciones que emanaron del Concilio de Trento, que tiene afinidad espiritual con la ideología de la Contrarreforma, de que hay en él calco o plagio de doce decretos del Concilio, de que Cervantes es, de los escritores legos del Siglo de Oro, “el que más participa, con su Quijote, de manera más activa, entretenida, sutil, al afianzamiento de la ideología de la Contrarreforma española”, nos parece un alegato entusiasta, pero nada convincente. La argumentación es tan endeble, que, a nuestro parecer, refuerza más bien la tesis contraria». Finalmente, entre las conclusiones del excelente libro de Rosenblat figura la siguiente: «La lengua barroca del XVII prefiere el ornato y el artificio a la naturalidad, la invención a la selección; frente a la llaneza, el conceptismo o el culteranismo. Pero Cervantes parece que está aún cerca de la exaltación renacentista de lo natural». Así, pues, para A. Rosenblat la lengua del Quijote refleja un estado anterior a aquel en el que supuestamente fue escrita la obra, y eso a pesar de las modernizaciones introducidas en el texto. Otro gran conocedor de la literatura española, Ludwig Pfandl, no pudo ser más claro y rotundo: «Cervantes no es ningún barroco y por consiguiente tampoco es un autor barroco. Las observaciones siguientes lo demostrarán con suficiente claridad. En primer lugar conviene justificar por qué se le incluye en el ciclo del barroquismo literario con dos creaciones tan importantes dentro del conjunto de su obra, como son el Don Quijote y las Novelas ejemplares. Los motivos son estos. El Quijote no es barroco en el estilo, pero es conscientemente antibarroco en la idea y las tendencias (por lo tanto presenta importantes relaciones con el concepto del barroco)».

Me parece que la confluencia de autores tan importantes como Américo Castro, L. Pfandl y A. Rosenblat, en la misma idea, otorga la confirmación al no-barroquismo del Quijote, al tiempo que proclama su plena pertenencia al Renacimiento, como afirmó taxativamente A. Castro: «Cervantes se nos muestra plenamente como una de las más espléndidas floraciones del humanismo renacentista». Lo mismo defiende Pablo Jauralde en su interesante artículo sobre el estilo de Cervantes: «Se puede enunciar desde otro punto de vista: la sombra de Erasmo todavía se dejaba sentir sobre el autor del Quijote, los ideales de la naturalidad renacentista habían tropezado con demasiado escándalo en el estilo senequista, Quintiliano al fondo, y Cervantes no parece haber conocido las revalorizaciones de Marc Antoine Muret o de Justo Lipsio, y si las atisbó, no comulgó con aquella ostentación del patetismo».

Los que se dedican a descalificar se llevarán las manos a la cabeza al proponer a Vives como autor del Quijote. Pero lo cierto es que el maestro de maestros, don Américo Castro, estableció interesantes conexiones entre Vives y el Quijote, por ejemplo, al tratar de la crítica de la realidad, cita un pasaje de De prima philosophia: «La distinción platónica entre apariencia e idea llevará al dualismo entre aspecto y razón, cuyas máximas consecuencias sacará Descartes; pero, como decía antes, gérmenes de lo que ha de ser la doctrina idealista se encuentran a lo largo del siglo XVI. Luis Vives decía en su De prima philosophia:

Cuando decimos que una cosa es o no es, que es de esta o de la otra manera, que tiene tales o cuales propiedades, juzgamos según la sentencia de nuestro ánimo, no según las cosas mismas, porque no es para nosotros la realidad la medida de sí misma, sino nuestro entendimiento”»,

y, al tratar de la teoría literaria, aduce un pasaje de De anima et vita: «Aunque más bien que de naturaleza en general, convendría hablar en este caso de la inexplicable e imprevisible “naturaleza” de la vida humana, un tema ya abordado por Luis Vives. El citado texto del Persiles continúa: “Tiembla tal vez un hombre de un ratón, y yo lo he visto temblar de ver cortar un rábano, y a otro le he visto levantarse de una mesa de respeto por ver poner unas aceitunas”. Vives trató en De anima del relativismo de los placeres y desagrados:

Si uno mirase tres o cuatro veces seguidas objetos de oro y plata, primorosas y lindas pinturas, [...] se hartará de tal manera que le causará enojo mirar más; en cambio, jamás de saciará de mirar y contemplar praderas, montes, huertas, vegas, cielos, ríos, cielo, mar, por la razón de que cada cosa —cada uno, pensaría Vives— se deleita con lo que le es adecuado y conveniente, y a nosotros, que somos seres naturales, nos interesan más las obras de la Naturaleza que las del
artificio humano... Interminable sería exponer las peculiares clases de disgusto de cada uno... Los hay a quienes ofenden ciertos ademanes, el modo de andar, de sentarse, de mover las manos, de hablar. Y aun los hay a quienes saca de sí ver una arruga en el vestido de otro.

El hombre era para Vives un “animal difícil”; para muchos es grato censurarlo todo y cobrar así “fama de ingeniosos”, porque hace falta mayor esfuerzo para “establecer diferencias entre lo bueno y lo malo, como compete a un hombre de talento y cordura”. No digo que Cervantes hubiera leído a Vives; pero ambos coincidían en conceder alto valor a la observación y discreto análisis de los fenómenos de vida humana, a relacionar el fuera con el dentro del hombre. Lo cual, además de responder a un modo de pensar, hacía posible crear figuras literarias con conciencia de ser una individualidad, y no solo ejemplificación de un tipo abstracto». En esta larga cita de A. Castro destaca en el último párrafo: «No digo que Cervantes hubiera leído a Vives; pero ambos coincidían [...]». En el fondo eso quiere decir que su pensamiento era el mismo.

Ante esas afirmaciones de A. Castro, los que se habían llevado las manos a la cabeza tendrán que bajarlas. A. Castro detectó magistralmente la presencia de Vives en el Quijote, pero desde entonces, en lugar de avanzar, hemos retrocedido. Ejemplo conspicuo es el amplísimo y eruditísimo comentario de Francisco Rico en su reciente edición. Las escasas referencias que se hacen a Vives son debidas a citas de otros autores. Si de los comentarios pasamos a la bibliografía, todavía es peor, porque entre las numerosas obras de Vives que debía referenciar solamente cita uno de los veinte diálogos de Linguae latinae exercitatio: «Vives, Refectio scholastica: Vives, Luis, Refectio scholastica en Exercitatio linguae latinae, Políglota, Barcelona, 1940».

De acuerdo con A. Castro, Vives está presente en el Quijote pero, se podrá objetar: está Vives, como también están otros muchos autores, y una cosa es haber influido y otra ser el autor. Importante objeción, sin duda, porque ¿cómo se puede pasar de detectar la presencia de Vives en el Quijote a proclamar su autoría? Para empezar, no hay que olvidar que es imposible que el autor fuera Cervantes. Si, como los personajes de Pirandello, vamos en busca de autor, hay que tener en cuenta que los grandes temas encerrados en el Quijote son los característicos de Vives: pedagogía (De disciplinis), disciplinas universitarias (De disciplinis), psicología (De anima et vita), filosofía (De prima philosophia, De instrumento probabilitatis, De initiis, sectis et laudibus philosophiae), religión-teología-Biblia (Jesu Christi triumphus, Meditationes in septem psalmos poenitenitae, De veritate fidei christianae), sabiduría (Introductio ad sapientiam), derecho (Aedes legum), paz y guerra (De concordia et discordia in humano genere, De pacificatione), turcos (De Europae dissidiis et bello turcico, Quam misera esset vita christianorum sub Turca), mujer (De institutione feminae christianae), matrimonio (De officio mariti), preocupación por los pobres y desamparados (De subventione pauperum), lingüística (De disciplinis, De ratione dicendi), teoría literaria (De ratione dicendi), libros de caballerías (De disciplinis, De institutione feminae christianae). Esos son los grandes temas de Vives, y esos son los grandes temas del Quijote.

Se seguirá objetando: son temas generales y no es difícil la coincidencia. Es cierto, pero son muchos temas y coincidir en todos es difícil. Y lo que es más importante: la coincidencia se da no solo en los temas, sino también en los aspectos concretos defendidos en cada uno. Esta coincidencia o concordancia la encontrará documentada el paciente lector a lo largo de todo el libro, pues ahí radica el núcleo de su argumentación. Con esto se puede responder al problema planteado, esto es, cómo se puede distinguir entre presencia-influencia y autoría. La respuesta es: si los temas generales son los mismos, si los aspectos particulares son los mismos, si las concordancias en detalles son tan numerosas que llevan a concluir que no es suficiente la presencia-influencia para explicar la composición de la obra estudiada. 

Todo eso tiene que estar confirmado por el estilo. ¿Cuáles son las características del estilo de Vives?: preferencia por el diálogo, tendencia a introducir datos de su vida, repetición de ideas y de frases, abundantes citas de autores clásicos, abundantes citas bíblicas, mucha y variada sabiduría, imaginación sosegada y sobria, presencia del Nuevo Mundo, gusto por la historia, uso de refranes, sensibilidad a los juegos fónicos, uso abundante de exclamaciones, largas enumeraciones y utilización del método dialéctico. Pues bien, esas características están presentes en el Quijote, con la particularidad de que se da concordancia en aspectos muy concretos, como es, por ejemplo, la preferencia por la retórica de Hermógenes. Todo eso se desarrollará también a lo largo de este trabajo. 

A pesar de lo que expuesto hasta ahora, habrá quienes piensen o digan que proponer a Vives como autor del Quijote es descabellado. A esos se les dice: si el Quijote es la obra que más y más variada sabiduría encierra ¿cómo va a ser descabellado proponer como autor al hombre más sabio de la historia? Si el Quijote es la obra más influenciada por los clásicos griegos y romanos ¿cómo va a ser descabellado proponer como autor a quien mejor los conoció? Lo descabellado sería, por el contrario, tragarse que un hombre sin formación e inculto (lego) escribiera tal maravilla. Eso repugna a la lógica más elemental.

Finalmente, habría que tener en cuenta una última dificultad que se podría plantear, y es que en el Quijote se encuentran referencias a hechos posteriores a la muerte de Vives, así como a obras literarias publicadas después de 1540. Esas anomalías son fácilmente explicables por las interpolaciones introducidas por personas interesadas en alterar o tergiversar el contenido de las obras. Es un fenómeno familiar a los filólogos clásicos, ya que se dan con frecuencia en las obras de la antigüedad. Por otra parte, es completamente natural y explicable que se introdujesen interpolaciones en el Quijote, puesto que los responsables de la primera edición tuvieron interés en adaptar la obra a las circunstancias de la época y de la vida de Cervantes. Lo importante en la justificación y explicación de una obra es dar cuenta del núcleo fundamental de la misma. Si existen en ella detalles o pasajes que no concuerdan con la explicación general, pueden ser justificados como interpolaciones, ya que, como hemos dicho, ha sido un recurso generalizado en toda la historia literaria. En el caso que nos ocupa, con Cervantes lo fundamental del Quijote queda sin explicación, mientras que con Vives solo quedan sin explicación detalles complementarios. 

Un ejemplo notorio de referencia a acontecimiento posterior a la muerte de Vives es el de la expulsión de los moriscos (1609):

No —dijo Ricote, que se halló presente a esta plática—, no hay que esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio su Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos [...] ¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberle encargado al tal don Bernardino de Velasco!

Este pasaje fue estudiado detenidamente por A. Castro para juzgar sobre la tolerancia o intolerancia de Cervantes en materia religiosa. Recientemente ha vuelto sobre el pasaje estudiado José Luis Abellán, quien llega a la conclusión de que se trata de una interpolación, siguiendo en esto a A. Castro: «Esta contundencia en la condena, podría hacer pensar en la desaparición de toda ambigüedad, Cervantes es claramente partidario de la medida, como se manifiesta en el gran elogio que se hace de Felipe III y al representante del mismo que firma el bando. Pero se da la circunstancia que el elogio viene a destiempo, cuando ya el argumento de la historia ha pasado, y además dentro de lo que un análisis detenido de la redacción no puede considerarse más que como una “interpolación”. En efecto, en un largo párrafo don Antonio Moreno está hablando de “dádivas” con las que podría conseguir en la Corte que Ana Félix y su padre Ricote se pudiesen quedar en España, cuando el morisco interrumpe la larga peroración de don Antonio para intercalar el párrafo citado. Tras la que —a nuestro juicio es una clara interpolación”— don Antonio retoma su alusión a las “dádivas” diciendo: “Una por una haré yo, puesto allá, las diligencias posibles...”. Esa irrupción repentina, entre uno y otro párrafo, del morisco Ricote es clara muestra de que Cervantes quiere curarse en Salud ante loque sin duda podría tomarse como una crítica a la real medida; frente a la expulsión, la presentación
simpática y  entrañable del expulsado, sin duda podía resultar peligrosa ante los poderes del momento; de aquí, la necesidad de introducir esa “interpolación”, sobre la que tampoco tiene dudas Américo Castro, que así lo interpreta». La coincidencia de estos dos grandes especialistas, como A. Castro y J. L. Abellán, en interpretar este pasaje en cuestión como una interpolación, resolvería la dificultad principal que se puede poner a la autoría de Vives, ya que de esa forma se pueden solucionar las incongruencias puntuales de tipo cronológico. En efecto, si se hizo esa interpolación, es lógico que se hicieran otras, con la finalidad de dar la apariencia de que la obra había sido compuesta en los inicios del siglo XVII. De esa forma queda explicado el grueso de la obra y también la aparente discordancia cronológica de algunospasajes concretos. Es algo completamente natural y practicado con frecuencia en la historia literaria.
En esta exposición se han establecido las líneas generales en las que se va a desarrollar la argumentación del presente estudio. Ese encuadre general tiene que ser ejemplificado en aspectos concretos, que son los que se tratan en el cuerpo de la investigación, sin apartarse un ápice de los textos, que son los principales documentos en un estudio literario.

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